FUENTE: DIARIO LIBRE

AUTOR: ANIBAL DE CASTRO.

La pena de muerte me ha parecido siempre un castigo feroz, una rémora de esos tiempos salvajes cuando reinaba suprema la Ley del Talión, del ojo por ojo y diente por diente, llevados al extremo que permite ese lado oscuro del humano que todos llevamos dentro, aparcado o en plenitud. El Estado, como expresión absoluta del monopolio del poder, decide quién vive o no en atención a reglas legales muchas veces carentes de legitimidad.



El vendaval pandémico, con vientos soplados por la naturaleza humana, ha fracasado en aligerar el peso del horror a propósito del caso, insólito, de una mujer iraní, condenada al cadalso por el asesinato de su esposo. Endurecido, quién sabe por cuántas turbonadas del entorno social y el arcano psicológico, un juez amparado, en leyes confesionales, decidió que Zahra Ismaili debía morir ahorcada, no obstante, las circunstancias atenuantes que, claramente, convertían en defensa propia la muerte de Alireza Zamani.

¿El Emilio de Rousseau o el Leviatán y De Cive de Hobbes? Ante tanta barbarie y maldad, definitivamente, el homo hominis lupus est que el pensador británico extrajera del teatro antiguo: el hombre es el lobo del hombre. Zamani había hecho del maltrato a su mujer una costumbre. Hasta que un día, Zahra resistió. Desesperada, pasó por alto los dos hijos del matrimonio y el hecho aprehendido de que Irán es una sociedad machista, que detrás de los códigos religiosos se esconde el desprecio a la mujer tan enraizado en amplios segmentos de las sociedades islámicas. Para añadir hierro al episodio, Zamani era un oficial del Ministerio de Inteligencia. Ahorro de calificativos para un Estado con una cartera completa, dedicada al espionaje.

Si la sentencia encabrita el ánimo, la forma como trató de ejecutarse provoca unas bascas incontrolables. Antes de subir los peldaños de la ignominia, Zahra debía aguardar su turno y presenciar la ejecución de dieciséis hombres. Usualmente, los ahorcamientos en Irán son por suspensión e implican un grado mayor de crueldad. La muerte, más lenta y dolorosa, adviene por estrangulación y no, instantánea, por traumatismo raquimedular severo.

Aquel espectáculo dantesco de cuerpos colgados con anticipación a su calvario resultó demasiado para la pobre mujer. Los corazones también explotan por el miedo y las emociones fuertes. Hay que suponer la angustia que acompañaba a esa iraní indefensa en la antesala de la muerte, de saberse doblemente castigada por un sistema en el que la violencia contra la mujer, si existe en el código penal, rara vez se castiga. Una víctima más del patriarcado y de un autoritarismo, donde la disidencia se salda con el patíbulo. Naturaleza clemente, porque un infarto fulminante le acortó el sufrimiento. Que tanto horror partiera el corazón de Zahra resultó insuficiente para abatir la sed de venganza de un Estado totalitario, rabiosamente religioso y, sin embargo, desprovisto de los atributos de “el más compasivo, el más misericordioso” con los que el Corán sacraliza su Alá. Se decidió continuar con la ejecución, ya como farsa y no un acto de justicia, aunque equivocada. A los familiares de Zamani, les correspondió patear el banquillo para la segunda muerte de Zahra.

Lejos de la RD, leo sobre el drama de la exempleada de Obras Públicas que llevó el reclamo del pago de sus prestaciones laborales a las puertas del Palacio Nacional de una forma que deja pocas dudas sobre la urgencia de su caso: desnuda. Menos mal, justo es consignarlo, que la protesta de Wendy Josefina Hernández fue rápidamente atendida, y ya tiene en su poder los 239,086 pesos que le correspondían por vacaciones e indemnización por sus años de servicio al Gobierno dominicano. El retorno al estado más natural, tal como arribamos a este mundo, tiene múltiples lecturas que retratan la indefensión de una mujer catapultada a los extremos por razones que a todos nos condenan. Media el abandono de la mujer soltera, convertida por la fuerza de las circunstancias en cabeza de familia, en proveedora única de la unidad social rota. El mercado laboral, huelgan las cifras, es más severo con la mujer pese a la tradicional disposición femenina a aceptar trabajos que el orgullo machista desdeña. La asimetría que acarrea el género, sin embargo, carece de compensación en la dureza que es la cotidianidad del dominicano pobre.

Coincidencia o no, el drama de esta madre soltera, de 49 años, con tres hijas, se impuso en la conversación nacional el Día Internacional de la Mujer, como bofetada social para que resistamos todo intento de complacencia. Al humano, decía Viktor Frankl, se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias para decidir su propio camino. Wendy Josefina escogió desnudarse frente al símbolo mayor del poder político en nuestro país: el Palacio Nacional. La autohumillación en público es una vía altamente dolorosa para transmitir un mensaje de desolación, de incompetencia forzosa para atender a reclamos básicos de subsistencia, como la alimentación de la familia o la provisión de un techo. Lo patético de su gesto encuentra correspondencia en la desesperación que la subyugó por meses.

Esta historia de mujeres estaría incompleta sin otra que alegra el alma. El mismo lunes en que Wendy Josefina narraba desnuda su tragedia personal; en París, se descubría una tarja en honor a tres dominicanas unidas por la hermandad del apellido y al país y al mundo, por la valentía y el coraje que las han elevado a paradigmas globales. Iniciativa feliz de la embajadora Rosa Hernández, el símbolo trascendente que significan las hermanas Mirabal ahora está escrito en bronce, a la vista de quienes caminan por la Place de la République-Dominicaine, a un costado del bulevar de Courcelles y cerca del elegante parque Monceau.

Satisface que fuese la alcaldesa de la Ciudad Luz, Annie Hidalgo Aleu, (nacida Ana María) quien encabezara el reconocimiento a las heroínas dominicanas. Nos ata a ella el cordón umbilical de la cultura, pues nació en San Fernando, Cádiz, en España. Aún más, en su trayectoria política destaca su postura militante a favor de la mujer; y como muestra, su colaboración efectiva en las leyes francesas sobre la igualdad profesional entre hombres y mujeres. Ha abierto un nuevo camino en la política del país que la ha acogido como suya al convertirse en la primera mujer en gobernar la capital francesa. Y qué bueno que haya sido la primera mujer en ser embajadora dominicana en Francia, quien haya promovido que el nombre de las tres hermanas, que pagaron con su vida su oposición a un régimen de fuerza, sea ahora parte del paisaje urbano parisino.

La fortaleza de las hermanas Mirabal compite con la del metal en que están esculpidos sus nombres. Figura su sacrificio en la conciencia universal, gracias a la resolución de la Organización de las Naciones Unidas del 7 de febrero del primer año del siglo XXI, y que establece el 25 de noviembre, fecha en que fueron asesinadas las hermanas, como Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

Esa resolución, que debería ser lectura obligatoria en nuestras aulas, condena “todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada”. Pena que esas palabras no alcanzaran a proteger a Zahra.

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