Al final sucedió...
Al final sucedió....
Lucía y Juan compartieron durante un breve periodo de tiempo, un sombrero volador que les prestó un Sombrerero Loco.
Disfrutaron de las vistas imaginarias sin detenerse en preocupaciones, encontraron que todo los demás ocurrido hasta ese momento, eran casualidades que, como el efecto mariposa, les había reunido en ese preciso instante y en ese preciso lugar.
Se entrelazaron en un nudo de palabras sin fin, que se hizo más grande y complejo cada vez. Se empeñaron en seguir enredándolo, pensando erróneamente que más tarde o más temprano, por arte de birlibirloque , la traslación natural del planeta pondría cada cosa en su lugar.
Se dejaron llevar sin pensar demasiado en ello, sin darse prisa ni pensar en la posibilidad de que el nudo se hiciera tan inmenso que acabara por separarlos por completo.
Pero al final sucedió.
Un día, Juan invitó a subir a su sombrero a Ana, que se reía con un aire ligeramente parecido a Lucía, pero que le miró a los ojos y tuvo el coraje de ser ella misma sin más miramientos ni enredos de palabras.
Lucía se dedicó a bailar. Bailó bajo la lluvia y la tormenta, bailó con la vida y bailó con el viento. Siguió bailando bajo el ojo del huracán, bailó el mismo compás una y otra vez, dejándose llevar por el ritmo sin detenerse a escuchar la letra. Aunque, de vez en cuando, un diente de león volando en el aire , se le acerca y baila con ella; recordándole que una vez conoció a un mago de las palabras que viajaba de aquí para allá encaramado a un sombrero.
Al final sucedió, y tanto Juan como Lucía, se cansaron de ser "hombres", y tal como le pasó a Neruda... sus días lunes arden como el petróleo cuando les ve llegar con su cara de cárcel.
Amantes de la palabra escrita resultaron ser esquivos de la palabra sentida y sincera. Se convirtieron en el producto insulso de una trama novelesca; protagonistas de un relato de tercera que había comenzado sus primeras líneas con descuidados aires de grandeza.
(Ilustración: Erica Repich)
Lucía y Juan compartieron durante un breve periodo de tiempo, un sombrero volador que les prestó un Sombrerero Loco.
Disfrutaron de las vistas imaginarias sin detenerse en preocupaciones, encontraron que todo los demás ocurrido hasta ese momento, eran casualidades que, como el efecto mariposa, les había reunido en ese preciso instante y en ese preciso lugar.
Se entrelazaron en un nudo de palabras sin fin, que se hizo más grande y complejo cada vez. Se empeñaron en seguir enredándolo, pensando erróneamente que más tarde o más temprano, por arte de birlibirloque , la traslación natural del planeta pondría cada cosa en su lugar.
Se dejaron llevar sin pensar demasiado en ello, sin darse prisa ni pensar en la posibilidad de que el nudo se hiciera tan inmenso que acabara por separarlos por completo.
Pero al final sucedió.
Un día, Juan invitó a subir a su sombrero a Ana, que se reía con un aire ligeramente parecido a Lucía, pero que le miró a los ojos y tuvo el coraje de ser ella misma sin más miramientos ni enredos de palabras.
Lucía se dedicó a bailar. Bailó bajo la lluvia y la tormenta, bailó con la vida y bailó con el viento. Siguió bailando bajo el ojo del huracán, bailó el mismo compás una y otra vez, dejándose llevar por el ritmo sin detenerse a escuchar la letra. Aunque, de vez en cuando, un diente de león volando en el aire , se le acerca y baila con ella; recordándole que una vez conoció a un mago de las palabras que viajaba de aquí para allá encaramado a un sombrero.
Al final sucedió, y tanto Juan como Lucía, se cansaron de ser "hombres", y tal como le pasó a Neruda... sus días lunes arden como el petróleo cuando les ve llegar con su cara de cárcel.
Amantes de la palabra escrita resultaron ser esquivos de la palabra sentida y sincera. Se convirtieron en el producto insulso de una trama novelesca; protagonistas de un relato de tercera que había comenzado sus primeras líneas con descuidados aires de grandeza.
(Ilustración: Erica Repich)
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