INDÍGENAS
| 20 FEB 2016, 12:00 PM

Bajo el árbol a la izquierda, junto a la iglesia de Yara (provincia Granma), se encuentra el monumento a Hatuey

SANTO DOMINGO. Probablemente para los indios que poblaban las islas del Caribe, todas fueran una sola cosa. A fin de cuentas, estaban pobladas por parientes en su mayoría provenientes de un mismo tronco. Lo prueba el hecho de que el cacique Hatuey llegó a Cuba en canoa, remando desde Quisqueya, según se dice, acompañado de unos 400 hombres, mujeres y niños, que huían de la crueldad de los conquistadores españoles.
Entró en contacto con las diferentes tribus de taínos que había en el territorio oriental de la isla y les aconsejó que se preparasen para la lucha contra los españoles. También les comunicó que se deshicieran de todo el oro que poseyeran a los ríos porque ese era el dios de los blancos. Después puesto al frente de todas las tribus de la región comenzaron a atacar a los españoles que comenzaban a asentarse en Baracoa. Bartolomé de Las Casas, más tarde atribuyó el siguiente discurso a Hatuey. Mostró los Taínos de Caobana una canasta de oro y joyas, diciendo:
“Este es el Dios que los españoles adoran. Por estos pelean y matan; por estos es que nos persiguen y es por ello que tenemos que tirarlos al mar... Nos dicen, estos tiranos, que adoran a un Dios de paz e igualdad, pero usurpan nuestras tierras y nos hacen sus esclavos. Ellos nos hablan de un alma inmortal y de sus recompensas y castigos eternos, pero roban nuestras pertenencias, seducen a nuestras mujeres, violan a nuestras hijas. Incapaces de igualarnos en valor, estos cobardes se cubren con hierro que nuestras armas no pueden romper.”
Se dice que Hatuey era natural de Guahabá, en Quisqueya, y que murió el 2 de febrero de 1512.
En Cuba es considerado, el primer mártir por la Independencia, y el primer guerrillero de América. Fue él quien alertó a los indios que residían en la vecina Cuba y quien organizó las defensas, que se opusieron por primera vez a los conquistadores que trajeron no solo enfermedades, sino esclavitud.
Cuando los españoles lo apresaron, lo quemaron vivo en una hoguera. Hay quienes dicen que fue en un pobladito cercano a Baracoa, otros que fue en el hato de Yara, cerca de Manzanillo, en cuyo lugar también se desarrollaron los sucesos que narra la primera obra literaria escrita en Cuba “”Espejo de paciencia” (1608), de Silvestre de Balboa, un relato real ocurrido en el puerto de Manzanillo en 1604, cuando el Obispo de la Isla de Cuba Don Juan de las Cabezas Altamirano, realizaba una visita a las haciendas en Yara cuando fue secuestrado por el corsario francés Gilberto Girón, con la intención de hacer pagar a la villa un enorme rescate.
La leyenda de Hatuey
La leyenda más antigua de Cuba es La Luz de Yara. Cuentan que desde que el cacique Hatuey fue quemado vivo en la hoguera, esa luz –que nunca ha hecho daño a nadie- ha sido vista por muchas personas.
Cuentan moradores de la zona, que desde tiempos inmemoriales, se ha visto en algunas ocasiones, una luz a la hora en que el dia ya no es dia y la noche todavía no lo es, una luz cuyo tamaño varía y que sale al camino de los viajeros. La luz, según la leyenda es inocua y la tienen como símbolo de la negación del bravo aborigen llegado de Quisqueya, a abandonar el sitio donde fue quemado vivo por los conquistadores.
La luz aparecía y según se contaba aquel que la miraba fijamente no reconocía dónde estaba, es decir, que una de sus características era la de perder a las personas pero sin causarles daños. Se dice que si se acerca la luz, uno debe ponerse la ropa al revés para no perder el control de sus actos y procurar seguir el rumbo.
Pero la llamada Luz de Yara tiene otra versión, y es la de Yara, una india enamorada de Hatuey, que también podía haber sido su esposa, la cual se abrazó a él en el justo momento en que ardía la pira y del cuerpo en llamas de ella brotó la luz que vaga por toda la región.
Leyendas son leyendas, y de ellas no existen fundamentos científicos. Hay quienes plantean que Hatuey fue quemado en la hoguera en Yara, un sitio cercano a Baracoa, al norte de Guantánamo, en el extremo oriental de la Isla. Otros, la mayoría, que el Yara en cuestión es un poblado situado entre Manzanillo y Bayamo, en el suroeste de la antigua provincia de Oriente.
Testimonios de la leyenda
Así dejó plasmada la leyenda el escritor y periodista camagüeyano Luis Victoriano Betancourt: “Apareció al fin, la señal del sacrificio. Hatuey se arrojó intrépido a las llamas devoradoras; los españoles lanzaron aullidos feroces de alegría, y Bartolomé de las Casas cayó de rodillas elevando al cielo una oración fúnebre, mientras el ángel de la libertad recogía en sus alas el último suspiro del primer mártir de la independencia de Cuba. Desde entonces una luz tenue y misteriosa, desprendida de la inmensa hoguera, vagó errante por las noches sobre aquellas dilatadas llanuras, velando el sueño de los que aún dormían en servidumbre, y esperando la hora de la iluminación eterna y de la eterna venganza. Aquella luz era el alma de Hatuey. Era la Luz de Yara.
Tres siglos pasaron. Una noche la luz errante se detuvo sobre el mismo sitio en que se había alzado la hoguera de Hatuey. Y en aquel momento, las palmas de Cuba, esos espectros silenciosos de los indios, sacudieron violentamente sus fantásticos plumeros. Y el éter se iluminó con una claridad pura y brillante. Y la tierra se estremeció hasta en sus más internas profundidades. Y la luz tenue y misteriosa, agitada por embravecido huracán, convirtiéndose en gigantesca llama, se extendió por todos los vientos con rapidez vertiginosa, inflamando todos los corazones, purificando todas las almas y santificando todas las libertades.
Era la Luz de Yara, que iba a cumplir su venganza. Era la tumba de Hatuey, que se convertía en cuna de la independencia. Era el Diez de octubre” (fragmento de su texto La Luz de Yara, publicado el 10 de octubre de 1875 en La Estrella Solitaria, según cita el sitio web EcuRed).
El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, quien muriera en el exilio, escribió una anécdota según la cual el dictador Fulgencio Batista le debía el éxito del golpe de Estado dado el 10 de marzo de 1952 a “la luz de Yara”:
“Le contó a Gastón Baquero (coterráneo, amigo y consejero consultivo) que debía el éxito de su golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 a la “luz de Yara”. La luz de Yara es una creencia cubana de origen aborigen. Batista debía entrar de madrugada (el madrugonazo era su actividad política preferida) al cuartel general del ejército en el campamento de Columbia por una de las puertas estrechamente vigiladas. De pronto se decidió por la posta 6, donde el centinela de guardia no sabía de la conspiración militar. Batista, vistiendo el jacket que se ponía en todas sus apariciones peligrosas, llevaba en el bolsillo su pistola “con una bala en el directo”. Al entrar por la posta el centinela no pudo verlo porque lo protegía y hacía invisible la luz de Yara, bien conocida en el oriente de la isla, desde Banes, donde nació Batista, a Birán, donde nació Fidel Castro” (El niño prodigio, El País, 22 de febrero del 2000).
José Antonio García Molina, investigador auxiliar del Departamento de Investigaciones de la Biblioteca Nacional José Martí, en La Habana, publicó un artículo titulado “Tras la leyenda más antigua de Cuba: La Luz de Yara” que puede leerse en el sitio web de esa institución.
“ Durante la Guerra del 68 entre los orientales se generalizó el siguiente cantar:
¡Oh, villareños! La Luz de Yara
Viene anunciando la Libertad,
En las llanuras de Santa Clara
Y en las colinas de Trinidad.
El cantar se difundió por todo el Ejército Libertador”.
García Molina también abunda en sus investigaciones realizadas in situ: “En el testimonio del periodista Rafael Arias (47 años, Bartolomé Masó, provincia Granma) aparecen algunos detalles sobre la leyenda que corroboran la riqueza vigente de la fabulación popular en ese lugar. Nos declaró: “dicen los que la han visto que la luz tiene efectos de ebullición, y que dentro de su aro lumínico algunos han visto la cabeza de un indio”. Aluden, por supuesto, al cacique Hatuey.
Fue en el área de Bartolomé Masó y sus barrios aledaños (El Zarzal, La Joya, Los Pinalitos y otros), donde más escuchamos hablar sobre las apariciones de la luz de Yara. Nos cuenta Aristónico Suárez (de 84 años de edad, quien vivía en ese lugar), que siendo él como de veintidós años pasaba de noche a caballo con un compañero por el barrio rural de Cayo Espino, cuando de pronto les salió la luz, y cuanto más la miraban más perdían el rumbo propio, yendo finalmente a parar lejos del lugar a donde se dirigían inicialmente. Recuerda que era “una luz natural, como si fuera un candil, pero más grande, como si fuera una bola dando vueltas”.
Ambos se persignaron sosteniendo en la mano un pequeño revolver que llevaban, y la luz desapareció. Un vecino que se hallaba presente por casualidad en la entrevista, añadió al relato que “la leyenda viene de cuando los colonizadores quemaron al indio Hatuey en Yara. Cuentan que cuando el indio fue a ser ejecutado, salió la luz de la boca de él y a través de los años ha perdurado (la luz) de esa forma, haciéndose ver. Esta leyenda ha venido de generación en generación”, aseguró.
Por su parte, Leonor Perdomo (entonces con 55 años de edad, del barrio La Joya), declara que no ha tenido “la dicha de verla”, pero su hermana y el hijo de esta “la vieron de noche estando en una tienda, cerca de su casa. La luz se desprende y corre por todo el arroyo del lugar, y después viene por la carretera”. Su esposo también dice haberla visto en la madrugada cuando sale a cortar arroz: “Es una luz chiquita que se va poniendo grande, azulosa, muy linda, que ilumina y va corriendo y corriendo... y te pierde si te quedas encantado mirándola”. “Dicen unos que es de cuando quemaron al indio Hatuey en un (árbol de) tamarindo en Yara; que en ese momento la luz brotó...”
En otro barrio llamado Los Pinalitos, Dulce María Bello (61 años de edad) nos contó que el lugar donde ahora ella vive era antes un cementerio de aborígenes, según afirmaba un vecino que había fallecido allí a los cien años; “por eso dicen que sale la luz de Yara... yo la he visto”, y añade que se trata de una luz que a veces aparece con gran tamaño y otras veces pequeña, y que lo pierde a uno si se sigue su rumbo. “A mi papá y a mí nos perdió en un pequeño tramo que nos acompañó una noche aquí en el vecindario (...) Dicen que se debe a los indios que quemaron en Yara... esto también lo oí decir en las clases de Historia cuando yo estaba en la escuela...”
No pasamos por alto el curioso dato de que la leyenda fue al menos contada en las clases de Historia de algunas escuelas hace más de medio siglo, si consideramos la edad de la testimoniante. Desconocemos la veracidad histórica de la versión sobre “los indios que quemaron en Yara”; tal vez se trate de una derivación de la leyenda original sobre la quema del indio Hatuey. De cualquier forma, resulta verdaderamente interesante advertir cómo una tradición popular basada en un hecho histórico (la quema del cacique Hatuey), pudo haber generado una anécdota paralela que se transmite —como la original— de una generación a otra. En nuestra opinión, el hecho hace evidente que en el seno de la población visitada existe un sustrato cultural formado por las creencias animistas y numerosas costumbres de raíz indígena que propician la fabulación sobre el tema de los antepasados aborígenes. Dicho tema es tomado no como un pasado mítico u oscuramente perdido en el tiempo, sino como algo recordable y cercano, de lo cual incluso quedan huellas materiales (en este caso el “cementerio de indios” que se dice fue antes ese lugar).
Es impresionante comprobar cómo ha perdurado una tradición como la que nos ocupa, con casi quinientos años de antigüedad. Si de algo podemos estar seguros actualmente es de que fueron los indígenas, no los españoles (a quienes no convenía recordar aquel horroroso castigo) quienes mantuvieron viva la narración del hecho histórico de donde nacería la leyenda después. Sabemos que el suceso histórico se conoce por la descripción que nos dejó Bartolomé de Las Casas en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias escrito en 1542, pero la tradición oral de la luz de Yara a partir de la quema de Hatuey, no puede ser sino la forma popular en que los habitantes de la región continuaron dando vida a un relato iniciado por los aborígenes sobrevivientes y su descendencia hasta la actualidad”.
Acerca de Yara
Es a 765 kilómetros de La Habana que se encuentra Yara, una localidad en las faldas de la Sierra Maestra, en la carretera entre Bayamo y Manzanillo, más cercana a la ciudad costera de Manzanillo, en la actual provincia Granma. Allí, bajo un árbol frondoso de tamarindo de muchos años (dicen los historiadores que sería un árbol biznieto de aquel a cuya sombra fue quemado), se encuentra una escultura que recuerda el momento históric
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