Se ha dicho reiteradamente que la nacionalidad dominicana es la resultante de la mezcla de inicial de tres culturas: la cultura taína, la cultura africana y la cultura española. A estas culturas se sumaron migraciones posteriores, como la procedente de oriente medio, comúnmente identificada como “turcos”; Arabia Saudita, Quatar, Egipto, Israel, Irak, Jordania y otros más, entre ellos Turquía, cuyo gentilicio fue el escogido para designarlos a todos. También hemos tenido migración de japoneses, chinos, alemanes y de otras nacionalidades, pero en menor grado.
Esa suma de nacionalidades se tomó principalmente la última centena de años para su integración a la dominicanía. Pero hay que preguntarse, ¿qué otras culturas se sumaron a los grupos originarios que durante ocho mil años ocuparon nuestra isla? A la llegada de los españoles estaban los que fueron nombrados como taínos, probablemente por una interpretación errada de alguna averiguación por gentilicios, acostumbrados los españoles a dar importancia a esa diferenciación por regiones.
Otros grupos ocupantes de la Isla y del Caribe fueron identificados como siboneyes, caribes, guanahatabeyes, igneris y ciguayos. Pero, ¿de dónde fueron éstos originarios?; ¿cuándo llegaron?; y ¿cuánto de su ascendencia conservamos genéticamente?
Los estudios arqueológicos que siguen el rastro de los restos materiales dejados por estos grupos, han señalado insistentemente hacia el sur y el sureste cuando se indaga sobre la procedencia de la cultura taína. Sin embargo, el rastro rupestre, el que dejaron en nuestras cuevas estos mismos grupos y otros anteriores a los encontrados por los europeos, apuntan más lejos y en otras direcciones, como hacia el oeste y suroeste, es decir, hacia los mayas y los incas, e incluso hacia los nahuas.
Algunos estudios sanguíneos (Álvarez Perelló, 1948), y más recientemente estudios de ADN mitocondrial (Martínez-Cruzado, 2006-2010), arrojan datos generales sobre la presencia genética taína, estimándola estos últimos, presente en el 15% de los dominicanos.
Reconociendo el mérito de los trabajos realizados, y dada la importancia de sus resultados, la sana ambición de los interesados es su continuidad, tanto para la Isla de Santo Domingo, el resto de las islas del Caribe y territorios continentales, principalmente los habitados por descendientes de las culturas maya, inca y nahua, puesto que, volviendo al rastro rupestre, y mostradas las evidencias de la presencia pictórica maya e inca en las paredes de varias de nuestras cuevas, está la posibilidad que esté en nuestra genética también la presencia de esas culturas, lo que llamaría a la atención de una brillante ascendencia aborigen, positivamente contraria a la tendencia hispánica de minimizar el valor de nuestros ancestros más recientes.
Ahora, ¿dónde buscar?
Atendiendo a la información suministrada en el 2010 (Fermín Mercedes de la Cruz-UCE), la búsqueda del rastro genético se orientó hacia sitios del Cibao, en función “de que 60,000 indígenas se refugiaron en las montañas para evitar su exterminio”. Así mismo, la información llama la atención de que “la mayor frecuencia de dominicanos que conservan ADN taíno se encontró en la región del Cibao” (Mercedes de la Cruz, 2010).
Pero miremos en otra dirección. Retornando a lo rupestre, a las cuevas, sabido es por todos los investigadores de América y el Caribe, sin excepción, que “para los pueblos prehispánicos las cuevas tuvieron una pluralidad de significados: refugio, sitio de habitación, boca o vientre de la tierra, inframundo, espacio fantástico, morada de los dioses del agua y los de la muerte, recinto funerario, lugar de ritos de linaje y de pasaje, observatorio astronómico, cantera”. (Manzanilla, 1994). Por ello no pueden existir sitios más idóneos para buscar el rastro genómico que aquellas poblaciones próximas a las cuevas y cavernas que sirvieron como tales a nuestros aborígenes. La fidelidad a sus creencias les obligaba a funcionar como custodios de éstas, habitación y permanencia en sus cercanías, y seguramente, en muchas ocasiones fue refugio último de la persecución que en su contra ejercieron los españoles.
Esta búsqueda puede llevarnos a localizar vínculos genéticos con mayas e incas, y lógicamente, ver que nuestra ascendencia aborigen emparenta con una descendencia que ha sido imposible opacar, y que actualmente remonta la mitología hacia una realidad que dentro de su dispersión tocó al Caribe, tocó a la isla Haití, Quisqueya, Babeque, o como quiera llamarle quien adopte posiciones, y que nos toca a quienes estaremos permanentemente sosteniendo que, por descendencia, por nacimiento y por convicción, somos taínos.
*El autor es espeleólogo, investigador cultural, y miembro asesor de CARIBEWA.
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