Continúo con los japoneses en República Dominicana
SAUDADES|06 JUN 2015, 12:00 AM|POR LIGIA MINAYA
Este libro de la investigadora Valentina Peguero, que es obligatorio y suave de leer, nos cuenta, además del rostro entre dominicanos y japoneses, otras tantas cosas que nos hacen reír y pensar en el cruce de una y otra cultura. Que los campesinos en ese tiempo, y todavía ahora, anduvieran con largos y afilados machetes amarrados a la cintura, era alarmante para los japoneses, y todavía hoy para todos nosotros. Ellos se acercaban a sus casas para saludarlos pero no se quitaban las armas. En Duvergé, Neiba, La Vigía y todo Dajabón, donde había cientos de inmigrantes, estos se dedicaban a la siembra de arroz, maní, cereales, hortalizas, etc., y a diferencia de los nuestros que usaban burros, caballos y mulos, ellos usaban bicicletas y triciclos para transportarse. Lo que más extrañaba era que comían carne de gato y de caballo, lo cual le generó tropiezos con la justicia dominicana que prohibía comer la carne de esos animales.
La primera visita de Trujillo a la colonia fue a finales de noviembre de 1956, en la cual dedicó mayor atención que a los inmigrantes que vivían en Sosúa y que ya tenían 26 años viviendo allí. La producción de maní era controlada por La Manicera, que en ese entonces, el dictador era su dueño. Al primer niño, de japoneses nacido en uno de esos lugares fronterizos, se le puso el nombre de Rafael Bienvenido, en homenaje a Trujillo y a hermano Héctor Bienvenido que en ese año era "presidente". Y cuenta la investigadora que, a ese niño se le convirtió en un pionero y la gente iba a su casa para verlo. La prensa reportó que era fuerte, robusto, y saludable. Trujillo fue el padrino, lo cual no impidió que la familia pasara por toda clase de penurias. Al crecer, a Rafael Bienvenido, no le gustó la agricultura y tuvo la suerte de poder estudiar ingeniería mecánica en Japón.
El segundo grupo de inmigrantes japoneses llegó a finales de 1956, unas 35 familias, con un total de 157 personas, pero en 1958 un funcionario le comunicó al dictador que los inmigrantes establecidos en la frontera no defenderían al país como lo hacían los dominicanos, por lo cual Trujillo ordenó que se instalaran agricultores nacionales, con la condición de que fueran "blancos" y por eso llegó allí la mayoría de la provincia Espaillat, los cuales tenían su "tez blanca".
Como usted verá, este libro "Colonización y Política. Los japoneses y otros inmigrantes en la República Dominicana" de la investigadora Valentina Peguero, nos lleva a una realidad certera y hasta un poco de risa por las diferencias entre lo que hacían los japoneses y lo que hacían los dominicanos. No sé si todavía este libro estará en venta. Lo publicó Banreservas. Leerlo nos introduce en la mezcla cultural entre aquellos inmigrantes y los dominicanos y nos lleva a un gran peso emocional y afectivo que influye en proceso de adaptación cultural y física del individuo al nuevo ambiente.
Denver, Colorado
Este libro de la investigadora Valentina Peguero, que es obligatorio y suave de leer, nos cuenta, además del rostro entre dominicanos y japoneses, otras tantas cosas que nos hacen reír y pensar en el cruce de una y otra cultura. Que los campesinos en ese tiempo, y todavía ahora, anduvieran con largos y afilados machetes amarrados a la cintura, era alarmante para los japoneses, y todavía hoy para todos nosotros. Ellos se acercaban a sus casas para saludarlos pero no se quitaban las armas. En Duvergé, Neiba, La Vigía y todo Dajabón, donde había cientos de inmigrantes, estos se dedicaban a la siembra de arroz, maní, cereales, hortalizas, etc., y a diferencia de los nuestros que usaban burros, caballos y mulos, ellos usaban bicicletas y triciclos para transportarse. Lo que más extrañaba era que comían carne de gato y de caballo, lo cual le generó tropiezos con la justicia dominicana que prohibía comer la carne de esos animales.
La primera visita de Trujillo a la colonia fue a finales de noviembre de 1956, en la cual dedicó mayor atención que a los inmigrantes que vivían en Sosúa y que ya tenían 26 años viviendo allí. La producción de maní era controlada por La Manicera, que en ese entonces, el dictador era su dueño. Al primer niño, de japoneses nacido en uno de esos lugares fronterizos, se le puso el nombre de Rafael Bienvenido, en homenaje a Trujillo y a hermano Héctor Bienvenido que en ese año era "presidente". Y cuenta la investigadora que, a ese niño se le convirtió en un pionero y la gente iba a su casa para verlo. La prensa reportó que era fuerte, robusto, y saludable. Trujillo fue el padrino, lo cual no impidió que la familia pasara por toda clase de penurias. Al crecer, a Rafael Bienvenido, no le gustó la agricultura y tuvo la suerte de poder estudiar ingeniería mecánica en Japón.
El segundo grupo de inmigrantes japoneses llegó a finales de 1956, unas 35 familias, con un total de 157 personas, pero en 1958 un funcionario le comunicó al dictador que los inmigrantes establecidos en la frontera no defenderían al país como lo hacían los dominicanos, por lo cual Trujillo ordenó que se instalaran agricultores nacionales, con la condición de que fueran "blancos" y por eso llegó allí la mayoría de la provincia Espaillat, los cuales tenían su "tez blanca".
Como usted verá, este libro "Colonización y Política. Los japoneses y otros inmigrantes en la República Dominicana" de la investigadora Valentina Peguero, nos lleva a una realidad certera y hasta un poco de risa por las diferencias entre lo que hacían los japoneses y lo que hacían los dominicanos. No sé si todavía este libro estará en venta. Lo publicó Banreservas. Leerlo nos introduce en la mezcla cultural entre aquellos inmigrantes y los dominicanos y nos lleva a un gran peso emocional y afectivo que influye en proceso de adaptación cultural y física del individuo al nuevo ambiente.
Denver, Colorado
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