Wendy Santana
Santo Domingo
Nunca le interesó decir públicamente que formó parte del complot que derrocó la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo eliminándolo físicamente, porque quería dejar sepultado el recuerdo de la presión psicológica que sufrió el 30 de mayo de 1961 al saber que estaban buscando a los culpables casa por casa.
Tan pronto se supo la noticia de la hazaña, este prominente abogado de la época trujillista, juez en distintos juzgados de paz, se escondió en la residencia de un familiar, como hicieron los demás que sabían que la justicia del tirano no lo pensaba dos veces para cerrar un caso y más si se trataba del fin del “Jefe”.
Pero el remordimiento lo estaba matando lentamente al pensar que lo irían a buscar a su casa y que torturarían a su esposa y cuatro hijos tratando de conocer su paradero, por lo que decidió regresar con su familia y esperar la muerte allá, acompañado de los suyos.
Los días pasaban como una eternidad y hasta hubo momentos en que pensó en entregarse para que terminara su calvario, pero la mirada temerosa de sus hijos, principalmente de las hembras, a quienes no quería dejar desamparadas, no lo dejó cometer esa locura y se aguantó con el coraje que le había enseñado su padre para enfrentar situaciones difíciles.
Para no morir de angustia, a los pocos días volvió a trabajar a su oficina de la Isabel La Católica en la Ciudad Colonial y nadie sospechó nada.
No lo fueron a buscar a su casa y decidió, entonces, liberarse de su preocupación y rehacer su vida dando por hecho que no lo habían descubierto.
Luego supo que quien identificó a los justicieros no recordó su nombre.
Lo había salvado “la campana” y se liberó del temor de que le hicieran daño a su familia, pero nunca reveló su participación en la trama para no recordar el estrés que se vivió durante la tiranía, ni la imagen del cadáver de su hermano expedicionario de Cayo Confites, ni la presión del día del ajusticiamiento y los subsiguientes.
Su hija Raysa Acosta, quien más lo miraba durante su auto-confinamiento el 30 de mayo, sin entender lo que estaba pasando, fue precisamente quien lo motivó ahora a contar su historia y a develar el secreto que consideraba que ya no tenía sentido. Ella entiende que la confesión de su padre puede servir de ejemplo sobre como dominar los pensamientos por situaciones que aún no se han concretizado y no adelantarse a los acontecimientos.
Es así como llega esta historia a LISTÍN DIARIO luego de insistir por teléfono en hacerle la entrevista y de convencerlo de que era mejor hablar que callar, cuando llegamos a su hogar y quiso postergar el encuentro al ver el equipo del periódico.
Su participación 
Los primeros cinco minutos de la entrevista fueron un poco tensos para él porque tendría que revelar algo que nunca había dicho, pero tan pronto le hice la pregunta sobre cuál fue su participación en el complot y la contestó, comenzó a relajarse y a entusiasmarse al percibir nuestro interés por conocer algo nuevo.
Según nos contó, él pertenecía a la célula antitrujillista de Ángel Severo Cabral, con quien se reunía todos los martes junto a otras personas, y le habían asignado la tarea de difundir la noticia sobre la muerte de Trujillo tan pronto le avisaran. Pero la información que le llegó fue que el Plan había sido descubierto y que había que detener la ejecución de la segunda parte y esconderse cada quien como pudiera.
Rafael Acosta es hijo de Juan de Dios Ramírez, aunque no llevaba su apellido por ser “hijo natural”, y hermano de padre del general Porfirio (Prin) Ramírez Alcántara, a quien el régimen trujillista mató brutalmente por pertenecer al equipo que participó en la expedición de Cayo Confites en Puerto Plata, 1949, para liberar al país del yugo tiránico.
Es un hombre de 89 años que pocas cosas hoy en día lo sorprenden y, sin embargo, aún no ha salido del espanto que vivió cuando acompañando de su madre Fredesvinda Acosta fue a identificar el cadaver de su hermano producto de los intentos de un cambio de política dictatorial.
Indignación 
Con una memoria excelente, describió la impotencia que sintió en ese momento y el compromiso que se hizo de saldar esa muerte y hacer lo que hubiera que hacer para detener lo que su generación entendía como el exceso de poder en manos de un sólo hombre y un atropello a la dignidad humana.
De acuerdo con sus declaraciones, el general Federico Fiallo interrogó a Prin Ramírez sacándole a la fuerza los nombres de otros implicados en la expedición de Cayo Confites, una invasión armada planeada desde Cuba en 1947 para derrocar el régimen, aprovechando el apoyo de Venezuela, Guatemala, Cuba y Haití.
Ante la familia que lo acompañó durante la entrevista, Acosta relató, también, que era miembro del movimiento Juventud Democrática, que reunía a jóvenes con sentido crítico, estudiosos de las ideas políticas y de la defensa de la democracia y el respeto a los derechos humanos y que, como hizo Antonio de la Maza, hubiese vengado con igual furor la muerte de su hermano y de todas las víctimas si no lo hubiese hecho el 30 de mayo. 
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RELATO DE SU HIJA 

Una de las facetas más importantes de mi padre fue su vida política. Así recuerdo con tristeza y admiración cuando se alejó de su familia para formar parte del complot del ajusticiamiento de Trujillo; cuando lo vi llorando por la muerte de Manolo Tavárez; cuando junto a mi madre (Iris García) expuso su vida al cruzar el río Ozama por el bien común al llevar provisiones a los revolucionarios; cuando mi madre movilizaba un espejo en la azotea de la casa para despistar a los aviones que atacaban contra la revolución y que por eso ametrallaran y bombardearan la casa.
Pero lo peor fue ver a nuestro padre encañonado por un militar furioso.
  VALORACIÓN DE ANTONIO DE LA MAZA
Rafael Acosta describe a Antonio De la Maza como un hombre con pantalones, cuyo heroismo no es sólo haber tramado y ejecutado el asesinato de un tirano en venganza de su hermano Octavio de la Maza, sino por haberse convertido en un actor frente a Trujillo disimulando el dolor y rencor que sentía, con tal de lograr sus planes de dar la estocada mortal.
Antonio De la Maza era un empresario maderero de la entera confianza de Trujillo, uno de los pocos que entraba a su oficina a conversar libremente, por lo que no le pudo perdonar que eliminara a su hermano Octavio.
Acosta entiende que aunque esto le costó lo vida a De la Maza a los 38 años de edad, resultando asesinado por el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) junto a su compañero de complot, el general Juan Tomás Díaz, al ser descubiertos en su hazaña, se llevó el mérito del hombre con firmeza.
Octavio De la Maza había sido un destacado piloto militar, fundador de la Compañía Dominicana de Aviación que pagó con su vida el haber encubierto e secuestro en Nueva York y asesinato del español Jesús de Galíndez, hecho que recuerda con claridad Rafael Acosta.
También cita que conoció a Antonio de la Maza cuando en una misión con Ángel Severo Cabral en el colegio San Luis Gonzaga, en la avenida Independencia, sacó del baúl del carro en el que transitaban un saco lleno de fusiles para entregárselo a quien el 30 de mayo se convirtió en Héroe Nacional.
Manolo Tavárez Justo Otro de los personajes que han quedado imborrables en la mente de Rafael Acosta es Manolo Tavárez Justo, tanto por su incansable lucha antitrujillista e irreparable pérdida de su esposa Minerva Mirabal y sus hermanas, como por haber sacrificado su vida en la insurrección de las montañas. El 20 de noviembre de 1963, Manolo y miembros de la agrupación política 14 de Junio, que él comandaba, se levantaron en armas en guerra abierta contra el Segundo Triunvirato de 1963-1965 y el 21 de diciembre siguiente fue fusilado en la sección Las Manaclas de San José de las Matas, en un hecho que consternó a los dominicanos por la inclemencia de los asesinos.
Según Acosta, fue en Monte Cristi donde se relacionaron siendo él juez y Manolo abogado, al punto de asistir a sus bodas el 30 de noviembre de 1955 y ser el padrino de su hija, conocida hoy como Minú Tavárez Mirabal.
Pero lo que más recuerda de Manolo es el dolor que sintió al verlo caer vilmente asesinado en las montañas, lamentado las tantas veces que le aconsejó que no se sublevara porque no contaba con las armas ni preparación militar necesaria.
De este hecho le quedó la experiencia de que las acciones heroicas se hacen sólo si estás preparado y no por cumplir la palabra empeñada en un discurso, como hizo Manolo y se lo confesó así: “Lo sé, pero ya es tarde. Los uniformes están hechos y todos mis hombres están listos para hacer lo que les pedí. No puedo echar para atrás”.

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